lunes, julio 16, 2007

Para que no me cierren


Serenamente la boca helada. El cielo extrañado de mi sensatez sonríe y cae en desgracia. Es así señores, siempre es tan serio el asunto. Ella era una cosa de las menos comunes y por eso me amaba cuando el sol se oscurecía tras el pavimento. Y me amaba más, creía yo en aquel entonces, las noches sin lunas ni precipicios. Solíamos recorrer el mundo a base de mentiras, y en ese sentido nuestro cariño era puro. Pero las noches de ron, la miseria de la madrugada y algunas que otras enseñanzas urbanas terminan por desmoralizar a cualquiera.