domingo, noviembre 06, 2005

Madre hay una sola (leer con música de Pink Floyd)


No podía. Sus manitos regordetas sencillamente no podían escribirlo bien. Se resbalaban por sus dedos, enmelados en mermelada temprana del desayuno, los crayones. Sonreía tontamente mientras los jeroglíficos seguían sin tomar forma. Madre lo miraba sin ver. Detestaba su condición de espástico y no podía evitar la repulsión que le producía su baba chorreando por sobre las manos, el papel y su vestimenta de "niño especial".

Ellos lo miraban con compasión, sin embargo. Por las noches no tenía una mujer que le cuente cuentos de hadas. Por suerte para ambos, el pequeño no soñaba. Su mundo se vestía de colores que nos eran inaccesibles. Cuando se fastidiaba, eso sí,sacudía sus grotescas manos y algo siempre rompía.

Hoy no, toda su atención se centraba en dominar ese objeto cilíndrico y alargado que constituía la pinturita de cera. Resbaladiza esta, sin embargo, se resistía a hacerle caso. El nene moderaba lo que podía la frustración que esos cuatro años lo habían acompañado, la mirada fija y la convicción firme en poder dibujar la letra. Madre sonreía con esa amargura que la caracterizaba desde que él nació. Esa mueca de casi asco y desprecio por el mundo... tanto la ofendía haber parido a semejante ser. Ellos eran tolerantes sin embargo.

Agosto pasaba gentil entre las faldas de ella y el retraso de aquel. En el cuarto tampoco había colores pasteles, ni juguetes, ni cortinados infantiles, ni cuna, ni espacio para la infancia. Pese a ser un pequeño sano ella se esforzaba en castigarlo obligándolo a tomar medicamentos de más y haciendo gimnasias que no le correspondían. Todo era parte de su plan para justificar el odio que le tenía. Poca cosa, él pequeño crecía sonriente y morboso como un cáncer que se le extendía por el cuerpo y su vida y todo lo devoraba y la dejaba sin espacio para poder respirar en paz.

Las pequeñas cosas lo ponían contento: tironear de la cola de la bretona hasta hacerla chillar de dolor, arrancarle las garrapatas a la gata, dar vueltas sobre su eje en círculos hasta marearse y caer derrumbado sobre su lateral izquierdo, y gritar. Le encantaba probar la capacidad pulmonar con que dios lo había dotado. Chillaba, graznaba, lloraba de risa: todo era parte del show que creaba. Nadie lo observaba nunca, era inmune a la crítica y por ende, feliz.

Hoy 14 de agosto amaneció nublado y no tuve mejor idea que darle las benditas crayolas para que se entretenga un rato. La mirada fija y la convicción firme. Cerraba el puño, y abría más los ojos. La señora del drama, la oscura dueña de la casa aforística y leve, acechaba. Ansioso le caía la más espesa saliva que he visto jamás producto de una concentración inútil. Había logrado vencer la inercia de su retraso mental y conforme con esto la sonrisa se ampliaba y los labios se separaban entre sí dejando que un pequeño gemido se escapara de su escueta humanidad de 12 kilos.

Madre fastidiada recorría la escena con sus lentes de contacto verde entorpeciéndole la vista y nublando la razón. El papel se arrugaba conmocionado ante el fluido que lo empapaba, el crayón se clavaba en sus existencia celulosa y exprimía con majestuoso brío un color verde esmeralda. El niño chillaba con más fuerza, algo similar al quejido de un pájaro enjaulado. Impropia la mujer se escarbaba la oreja mientras se decidía y acercaba lentamente hacia el lugar.

Cuatro años sumergida en la desesperanza de soportarlo, el día de su cumpleaños, por fin había llegado. El pequeño excitado por lo conseguido (dibujar algo coherente en su mundo) no notaba el rancio caminar de la otra. Toda la fuerza de voluntad del mundo no habrían podido frenarla, su ahogo era tanto que nada la detendría. El niño se tambaleaba sugiriendo como siempre con sus brazitos estirados hacia el techo que se lo levantara a upa, un rasgo de afecto que jamás había recibido.

Ella urgentemente se tapó la nariz, el espacio de su existencia era sucio y repugnante, el pequeño apenas se alimentaba de insectos menores y su aseo no era más prolijo. El olor acre le hacía retirar su rostro hacia atrás. Ellos callaban, el momento se acercaba. Sostuvo el garrote justo por sobre su cráneo dolicocéfalo, lo observó expectante por una última vez esperando que él se diera vuelta impulsado por algun geniecillo maligno justo en el instante preciso... y el golpe sonó seco y certero y su cabeza muerta cayó sencilla y hueca sobre el papel.

Un charquito de
líquido espeso rojizo -casi inexistente- coronó el trabajo que el pequeño había logrado realizar con sus crayolas. La mancha venía a completar la escena: lo inaudito había tenido lugar frente a madre (que ora se tapaba la boca, ora gemía) y dentro del papel ribeteado de incoherencias y manchones se leía algo.

En el centro de la hoja se apreciaba un "mami" cuyo punto de la i era una gota de sangre.

3 comentarios:

Nidesca dijo...

Me pareció sumamente cruel, pero, en honor a la verdad, bien narrado. No compadeces al lector ahorrándole detalles y eso hace de ti una escritora tiránica (esto es un halago).

Maximiliano dijo...

Fatidika, muy bonito tu relato, refleja la realidad que viven muchas personas "especiales". Si bien veo que han tildado a tu cuento de cruel o de triste (y sin animos de ofender a nadie), considero que en la vida no todo es color de rosa, y por ende, tambien uno tiene que contar las cosas feas, no solo las lindas. Al menos yo pienso asi.

Nidesca dijo...

Creo que entre tú y yo hay suficiente confianza como para criticar nuestros textos, cuando dije "cruel" no lo dije en forma peyorativa y lo sabes. Toma talento convertir lo cruel y desgarrador en un buen relato y ya sabes mi opinión: tienes talento a raudales.
Yo, menos que nadie, ando a la búsqueda de textos "bonitos".
Nos seguimos leyendo.